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9. Ética, estética y cinética. El deporte en tres dimensiones

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Scarnatto, Martín


1. Ingresando al terreno

En este sentido, la difusión de las prácticas deportivas supuso
la puesta en acción de una serie de dispositivos que asegurasen
unas determinadas formas de conducta y de disciplina corporal,
fueron producto de unas nuevas sensibilidades que dieron lugar a un conjunto
de regulaciones del cuerpo individual y colectivo antes inexistentes1.

 

El deporte es un fenómeno complejo que puede ser abordado en diferentes niveles de análisis. Aspectos económicos, sociales, políticos, históricos y culturales se conjugan y pueden ponerse en diálogo para su comprensión. A los efectos del presente capítulo optamos por focalizar como objeto de estudio los aspectos vinculados con el nivel cultural de las prácticas deportivas, sin negar las interdependencias existentes. Tal como nos advierte José Ignacio Barbero2 no debemos caer en el error de enmascarar, con la idea del deporte como cultura, los conflictos de poder y los intereses económicos que envuelven estas prácticas.

Por años el deporte o mejor dicho la práctica de deportes fue considerada como un uso del cuerpo correspondiente a un espíritu elevado. El sportman representaba la síntesis del caballero noble, civilizado y culto, afecto a la competencia más por el deseo amateur de disfrutar la emoción del juego que por el ansia de victoria. Asi las clases dominantes, grupo de pertenencia de los primeros sportmen, buscaron diferenciarse en sus tiempos de ocio de las prácticas violentas e irracionales de los sectores populares que pasarían a ser tildadas de in-cultas. Subyace en tal enfoque el concepto de cultura como sinónimo de civilización (civilitas) impulsado por el paradigma iluminista del siglo XVIII. Cabe destacar que esta concepción goza de cierta vigencia aún en la actualidad.

Sin embargo, en nuestro enfoque optamos por nutrirnos de los aportes introducidos al estudio de la Cultura por Cliford Geertz, Raymond Williams, Pierre Bourdieu, entre otros. Desde allí, entendemos a la cultura deportiva como un entramado de significados y sentidos sociales que originan y justifican una variedad de saberes corporales producidos y reproducidos por los sujetos en sus interacciones agonísticas con los otros, con el medio y con su propio cuerpo. Congrega representaciones y usos del cuerpo con modos de interacción social que, pese a compartir el contexto sociohistórico y cultural con otras configuraciones sociales, cobran sentido y adquieren significado en la especificidad de estas prácticas3. Claro que no representa una red orgánica y homogénea. Por el contrario condensa una heterogeneidad de sentidos – residuales, dominantes y emergentes – que entran en tensión y se disputan la hegemonía.

 

Cultura es, en consecuencia, sinónimo de pluralidad, entendida como diversidad irreductible, conflictiva y opaca. Y que en buena medida se opone (o sencillamente se yuxtapone) a la lógica unificadora del proyecto civilizatorio impulsado por las clases dominantes” (Cruces, F; 2008)

 

Partiendo de la idea en la que se afirma que las incursiones de los sujetos por las diferentes prácticas deportivas4 sedimentan en sus cuerpos y dejan huella en su capital cultural, centraremos nuestro análisis en los modos que la cultura deportiva se manifiesta y cómo se graba en los cuerpos de los sujetos que la transitan, la construyen y la consumen. Sabemos que la práctica imprime en los deportistas un conjunto de movimientos distintivos (esquemas de acción) denominados, en el lenguaje de la Educación Física y el Deporte, Técnicas o habilidades motrices específicas. Sin embargo no debemos olvidar que en la dialéctica interacción-construcción sujeto-cultura, también son modelados esquemas de pensamiento y valoración.

 

A los fines analíticos elegimos diferenciar tres dimensiones constitutivas de la Cultura deportiva: Ética, estética y cinética. Tres dimensiones de indagación a través de las cuales daremos cuerpo a un conjunto de observaciones y reflexiones orientadas a los elementos que se hacen presentes (aunque no siempre visibles) en los discursos y las prácticas deportivas. Conviene aclarar que ninguna de estas tres dimensiones se imprime en forma mecánica, inevitable e irreversible; cada sujeto que transita el campo deportivo se apropia, más o menos reflexivamente, de los saberes corporales y los significados que allí circulan. Del mismo modo debemos subrayar el carácter interactivo de estas dimensiones escindidas únicamente a los efectos de la escritura.

 

En este particular momento de las sociedades contemporáneas caracterizado por la globalización y la mundialización de la cultura, la oferta deportiva se ha multiplicado exponencialmente, generando un escenario propicio para la diversificación y la resignificación de formas de actuar, pensar y valorar (también de nombrar5) las experiencias sociales. En el campo del deporte (Bourdieu, P; 1990) pueden detectarse nuevas prácticas competitivas, que ofrecen una amplia variedad de alternativas, unas confeccionadas en la reunión de modalidades provenientes de culturas geográficamente distantes. Algunas ingresan como versiones contrahegemónicas (skate, parkour) que intentan subvertir el orden establecido; sin embargo no suelen escapar por mucho tiempo a la lógica legitimante de la codificación e institucionalización. La revolución tecnológica y la proliferación de las industrias culturales resultan fenómenos destacados que habilitan y potencian el surgimiento y la difusión de estas prácticas.

 

2. Desplegando la estrategia

2.1. Dimensión Ética

Entendemos al Deporte como una práctica competitiva, institucionalizada y codificada. Definir claramente qué es lo permitido y lo prohibido en su desarrollo, y hacerlo explícito a través de un reglamento escrito es un evento fundante de esta actividad humana.

Los procesos socioeconómicos y culturales que favorecieron el desarrollo del Estado absolutista, moldearon en la conciencia de los grupos dominantes de la Europa Moderna una valoración destacada de los comportamientos racionales y autocontrolados en la interacción con los otros y consigo mismo6. Estos mecanismos de “self-control”, generados a partir de la internalización de las normas (de Estado primero y de las actividades competitivas a continuación) serán pilares en la génesis y la evolución de los Deportes Modernos. Se considera a Inglaterra la cuna de estas prácticas7, dado que allí se formalizaron gran parte de los reglamentos oficiales y las normas de comportamiento digno, resumidas actualmente en el Código de Ética deportiva.

Impulsado a mediados del siglo XVIII por Thomas Arnold, director de la Public Schools de la localidad de Rugby y posteriormente retomado y potenciado por el Barón Pierre de Coubertin en la “reanudación” de los Juegos Olímpicos, el discurso oficial del deporte despliega en su retórica idealista y moralista un conjunto de valores tales como la honestidad, el respeto, la caballerosidad, la solidaridad, la salud y el placer de jugar, condenando enfáticamente la trampa, la simulación, las agresiones físicas y/o verbales, la discriminación y la victoria a ultranza entre otras. En orden con los postulados de una Ética clásica, promueve los ideales (objetivos y universales) de justicia e igualdad dando impulso a un proceso de codificación de las prácticas para garantizar que las condiciones de competencia sean las mismas para todos8.

Resumida en la noción de Fair play o juego limpio la ética deportiva oficial viaja, con la revolución industrial de la mano del imperio inglés y con la celebración periódica de los juegos olímpicos modernos, hacia diversos puntos del planeta, donde es adoptada, resignificada y en ocasiones transformada en su antónimo. Como ejemplo de esta última afirmación podemos mencionar la historia del fútbol en Argentina. Instalada como práctica característica de la colonia inglesa9 radicada en la naciente Buenos Aires hacia las últimas décadas del siglo XIX, el fútbol comienza a llamar la atención de los miembros masculinos de los demás grupos sociales de la época. En los albores del siglo XX los sectores populares habían adoptado fervientemente la práctica de este deporte. Sin embargo en este proceso de popularización del fútbol en nuestro país, será reconfigurado el sistema de valores reunidos en la noción de Fair Play y adherido desde su origen inglés al deporte. La caballerosidad devino en guapeza, el placer de jugar en la victoria a cualquier precio, el juego limpio y la conducta noble en viveza para aprovechar los intersticios del reglamento10. Anclada en un contexto sociohistórico y cultural diferente se forjó un “estilo criollo” de practicar el fútbol, diferenciándose en los aspectos éticos mencionados pero caracterizado también por la creatividad y la improvisación propia de la práctica en los “potreros” 11. Esta resignificación nacida a comienzos del pasado siglo en el fútbol argentino, ha teñido la práctica de varios de los deportes en nuestro país12. Se trata de una resignificación arraigada pero en ningún momento se plantea como una ley inevitable de todo deportista argentino. Así como la ética oficial es subvertida, puede suceder del mismo modo con los valores promovidos por las nuevas resignificaciones.

Surgen así una pluralidad de normas, códigos y valores que no están escritos pero que resultan igualmente estructuradores de los modos de percibir, pensar y actuar de los deportistas13, y que adoptan particularidades diferentes según el país, el momento histórico, el grupo social de pertenencia, la edad, el genero, la posición en el campo14, la modalidad practicada.

Asimismo, al interior del ámbito del deporte se “normalizan” ciertos comportamientos que fuera de su contexto no tendrían sentido o incluso podrían ser juzgadas de inmorales o anormales (políticamente incorrectos); tal es el caso del llanto en los deportistas varones que pese a la máxima tradicional “los hombres no lloran!!”, se vuelve un lugar común en los episodios considerados significativos al interior de la cultura deportiva. Ganar o perder una final, descender o ascender de categoría, batir un record, bien merecen las lágrimas de los competidores “machos”. Asimismo en la construcción social de las relaciones espaciales (proxemia), entre varones suelen respetarse ciertas distancias corporales, que se diluyen en el transcurso de las contiendas agonísticas (llegando a veces a límites inesperados15).

Tener sangre” y “transpirar la camiseta” son reclamos habituales de los espectadores aficionados para con los jugadores del equipo que simpatizan. Valores que simbolizan el compromiso y la entrega en la ética no oficial de la cultura deportiva. Sangre, sudor y lágrimas, secreciones corporales de las más reprimidas en las relaciones humanas de la cultura occidental16, se erigen en claros indicadores del “buen deportista”.

 

2.2 Dimensión Cinética

Ya desde mediados del siglo XX el antropólogo francés Marcel Mauss nos advertía, con su concepto de Técnicas Corporales, de la influencia sociocultural en las formas humanas de moverse. Lo aparentemente natural sería entonces producto de una construcción histórica y social. Estos saberes corporales pueden ser más o menos estereotipados, originales, especializados, eficaces, atractivos, complejos. Los sujetos a lo largo de sus trayectos biográficos, incursionando en diferentes experiencias sociales de índole educativa, deportiva, religiosa, laboral, sexual, etc., los crean, recrean e incorporan apropiándose asi de los usos sociales del cuerpo.

Las diferentes prácticas deportivas se erigen como realidades sociales particulares en las que los sujetos interactúan con la cultura, produciendo y reproduciendo un conjunto de saberes corporales específicos, que constituyen una porción del patrimonio de la cultura corporal de cada sociedad. El Deporte surge en el seno de los grupos sociales dominantes y por algunos años será propiedad exclusiva de su patrimonio motriz. Un capital cultural distintivo y con claras intenciones de alejarse de los usos del cuerpo tradicionales y populares (bailes, juegos, etc.) erigiéndose como prácticas racionales, reguladas y por sobre todas las cosas “más civilizadas”. Sin embargo el auge y la difusión planetaria de estas formas codificadas de moverse han promovido su naturalización.

Estas técnicas, en tanto secuencias de movimientos estructuradas en orden al código reglamentario y bajo los principios de la eficiencia motriz se instalan como formas legitimadas y legitimantes del desempeño deportivo17. Cada modalidad posee sus configuraciones distintivas. Así podemos mencionar a modo de ejemplos la bandeja en básquet, el golpe de manos altas en voley, el pasaje de vallas en atletismo, el uppercut o gancho del boxeo, un lanzamiento sobre hombro suspendido en handball, el revés en tenis, un swing del golf, el bateo del béisbol, los frontside y backside en snowboard y skate, el cut back de los surfistas, cat jump, cat leap y wallspin del parkour, entre otros.

Las técnicas deportivas pertenecen al orden de los comportamientos motrices individuales. Pero no debemos olvidar, en esta dimensión, las configuraciones colectivas del orden de la táctica grupal, propia de los deportes de conjunto. Desplazamientos de dos o más jugadores articulados intencionalmente en relación con el objetivo y los comportamientos del oponente. Orden, equilibrio, amplitud, profundidad, variabilidad, son algunos de los preceptos que rigen estas programaciones de la cinética deportiva. No obstante, existen enfoques teóricos que abren el debate para pensar si la reunión de varios jugadores en una acción motriz con elevadas exigencias en el mecanismo efector no debería llamarse técnica colectiva18.

El tercer aspecto a contemplar en el análisis de esta dimensión es la Dinámica. Configuraciones particulares en el uso del tiempo y el espacio delinean los rasgos característicos de las dinámicas específicas de cada práctica. La celeridad de las pruebas de velocidad, la explosión de los lanzamientos, la constancia en las carreras de fondo, la fricción corporal de las luchas pero también del rugby y el football americano, la gracia y armonía de las expresiones gímnico-deportivas, el desafío de la gravedad en las disciplinas acrobáticas y del peligro en los deportes extremos, son algunos ejemplos de lo que consideramos como dinámica de la práctica.

En lo que respecta al espacio en el que se desenvuelven las prácticas deportivas (“la cancha” en sentido amplio), notamos una tendencia creciente en la difusión de modalidades en las que la horizontalidad tradicional deja lugar a terrenos con pendientes ascendentes o descendentes y obstáculos artificiales o naturales. Igualmente es notoria la proliferación en el uso del espacio aéreo en contraposición o articulación con el espacio terrestre. Resultan experiencias atractivas principalmente para quienes la interacción simultánea de cooperación-oposición típica de los deportes colectivos es igual o menos seductora y estimulante que las sensaciones provocadas por la vivencia “extrema” individual19.

La cinética deportiva se graba también en los dolores y las lesiones crónicas de los practicantes. Pensemos en los tobillos de los basquetbolistas, las rodillas de los futbolistas, las luxaciones de la articulación acromioclavicular en el rugby y de las falanges de las manos en el voley, el codo de los tenistas, la nariz de boxeador, la lumbalgias de los golfistas y los jugadores de Hockey, las fracturas de los deportes acrobáticos, por citar algunos. No obstante, estos efectos negativos de la práctica no suelen amedrentar a los amantes del deporte. Amen de las particulares formas de construir la tolerancia al dolor, el esfuerzo y la fatiga, se vuelven emblemas de sus experiencias corporales.

Técnica, táctica y dinámica sedimentan y articulan en los sujetos como esquemas de percepción y valoración del tiempo, el espacio y el movimiento, generando particulares formas de ser y estar en el mundo (físico y social).

 

2.3. Dimensión Estética

Resultan ejes organizadores de la dimensión estética tópicos tales como belleza, placer, disfrute, atracción, seducción. Algunos interrogantes pueden ser utilizados como ejes que nos guíen en la interpretación de la cultura deportiva en el orden de lo estético. ¿Qué es lo que se considera bello en cada práctica o qué elementos son significados como lo bello de tal o cual deporte en la perspectiva del practicante y también en la perspectiva del espectador? ¿Cómo es configurado el cuerpo atractivo y seductor en el campo del deporte? ¿Existe un Look distintivo de las diversas modalidades, qué indumentaria las caracteriza y qué lugar ocupan esos atuendos en el campo de la moda? ¿Qué elementos se convierten en objetos de deseo para los aficionados del deporte? Concientes de las limitaciones espaciales que nos presentan las normas editoriales del capítulo, esbozaremos sólo algunas reflexiones alrededor de estos interrogantes.

No podemos negar que existe en la actualidad una profusión evidente en el uso de la ropa deportiva para la confección del look personal. Impulsado por grandes marcas de la industria deportiva y la difusión de los medios de comunicación, este proceso de incorporación de los atuendos específicos a la vestimenta cotidiana se hace patente en muchas de las escenas sociales de las urbes contemporáneas (al menos en las ciudades occidentales de sistema capitalista). Nada extraño nos resulta interactuar día a día con personas que eligen las zapatillas, los pantalones, las remeras y demás prendas deportivas no ya para sus prácticas competitivas sino en casi todas sus actividades, como ser ir a la escuela o al trabajo, para una reunión social, una cita amorosa e incluso para salir a bailar. Resultan así legitimados modos de producir y reproducir un semblante ¿propio?

Ahora bien, al interior de esta dimensión de la cultura deportiva tampoco podemos pensar en un todo homogéneo y estable. Las luchas que libran los diferentes “estilos” se enmarcan en el contexto de las disputas identitarias, territoriales, de clase, genero20, generación, y son originadas y motorizadas por las desigualdades en la distribución del capital económico, social y cultural.

Así como las clases dominantes buscaron diferenciarse de las formas de diversión tradicionales en la Inglaterra moderna, procuran también confeccionar un estilo que subraye desde lo estético su distinción económica y social. Del mismo modo, quienes profesan una posición contrahegemónica (aunque no siempre radical) en el espacio deportivo no se olvidan de expresarlo también a través de su estética e indumentaria.

Claro que los motivos políticos y sociales no son los únicos que justifican la elección del vestuario, ya que la mayoría de las veces aparecen solapados bajo la fuerza de las razones funcionales y de ergonomía motriz tan difundidas al interior del campo deportivo. Las prendas se eligen y confeccionan en base a las características de actuación motriz específicas de cada práctica. Varían según si son pruebas de velocidad, de resistencia, de acrobacia, de fricción, de exposición a temperatura altas o bajas, en terrenos lisos o en paisajes naturales, etc. Entran en juego variables relacionadas con los aspectos biomecánicos, fisiológicos, anatómicos, tecnológicos, etc.

La estética distintiva de las diversas modalidades se configura entonces en un entramado de sentidos sociales, políticos, económicos, culturales y motrices que producen los estilos particulares de cada práctica. Podemos mencionar el estilo elegante y empresarial de polistas y golfistas con sus zapatos, pantalones y chombas de marcas costosas, más próximos a un día de oficina que a la práctica de un deporte al aire libre; también la cuidada desprolijidad y el look juvenil de las bermudas o vaqueros gastados , los gorros, las remeras sueltas y zapatillas coloridas de los skaters y bickers; o el bronceado parejo, los anteojos oscuros y las lineas blancas de pantalla solar que cruzan en diagonal las zonas más sensibles de la cara de los amantes del surf, windsurf, wakeboard en los meses de verano en contraposición con sus ceñidos y anatómicos trajes de neoprene utilizados para soportar las bajas temperaturas del agua en invierno y tal vez atraer las miradas del publico femenino. Si observamos las disciplinas atléticas podemos comprobar un vestuario austero y ergonómico de telas livianas que favorecen los desplazamientos y la convección. No pretendemos aburrir con un catálogo minucioso, pero sí remarcar que estos usos estéticos elaborados en y para las distintas prácticas trascienden las fronteras del deporte para posicionarse en la lucha por la configuración de un look bello y atractivo. Se articulan y confrontan en la edición personal que cada uno hace de su aspecto exterior con usos estéticos provenientes de otros campos. Por ejemplo algunos jugadores de fútbol argentino construyen su estilo conjugando la marca de las tres tiras21 con peinados, accesorios y tatuajes característicos de una estética rockera. Es notoria la tendencia cada vez más difundida entre los futbolistas a tatuarse los antebrazos, de manera similar a varios músicos del ambiente del rock. Quizás que Diego Armando Maradona sea un pionero en este sentido no sea un dato insignificante para los adeptos y expertos del balompié.

La dimensión estética de la cultura del deporte no se limita a las vestiduras exclusivamente. Involucra todos los productos cosméticos, nutricionales, farmacológicos, etc., que se presentan como adecuados e indispensables para el cuidado y la mejora de la apariencia física y la salud corporal antes, durante y después de la práctica deportiva. La lista es interminable: bebidas deportivas y energizantes, vitaminas y suplementos, desodorantes, cremas, perfumes y demás elementos de la higiene corporal, protectores y pantallas solares, etc. Los empresarios de la industria de la belleza y la salud no vacilan a la hora de utilizar los significados culturales originados en el campo del deporte para potenciar y legitimar sus productos comerciales. Cada práctica se torna un terreno fértil para el florecimiento de ciertos consumos. Y tal como en otras prácticas sociales ancladas en las vigentes sociedades de consumo, se pueden visualizar sujetos que a la hora de empezar la práctica de un deporte comienzan ingresando a las tiendas comerciales antes que al terreno de juego. Se compran todo el conjunto de ropas y objetos “necesarios”, incluso sin conocer demasiado del las reglas básicas.

A su vez el deporte como práctica social alimenta ciertas representaciones sobre un ideal de cuerpo que si bien varían según la modalidad, el sector socioeconómico, el momento histórico, en su versión tradicional congrega elementos estéticos de la Grecia clásica con la funcionalidad mecánica de la era industrial. Un cuerpo voluminoso y magro, con músculos definidos y turgentes como indicadores de fortaleza y resistencia sumados a una fluidez de movimientos que aseguren la eficiencia motriz, sintetizarían el ideal. Evaluaciones antropométricas, sesiones de entrenamiento, regimenes nutricionales, bebidas específicas y suplementos alimenticios, serán algunas de las formas empleadas por y para que los deportistas logren moldear su anatomía y potenciar su fisiología e intenten alcanzar la perfección. Cabe destacar que el cuerpo ideal promovido desde el deporte no presenta una clara diferenciación por género. Bien por el contrario aporta elementos para la aceptación y legitimación de un cuerpo femenino cada vez más fornido. En nuestra cultura, este ideal de cuerpo promovido desde el campo del deporte no sólo es empleado como criterio de belleza sino que también se lo asimila con la idea de cuerpo saludable.

A partir de la influencia de los medios masivos de comunicación se suceden transformaciones y se difunden usos sociales en la estética del espectador. Tanto en la producción para ocupar las tribunas como también en la estética de la mirada. En lo que respecta a la percepción del juego, el recorte de las jugadas destacadas22 que hacen los canales especializados nos ofrece algunas pistas en la producción y legitimación que estos agentes hacen del gusto deportivo.

En las gradas del estadio los fanáticos y amantes del espectáculo deportivo, presentan una estética particular construida en torno a un conjunto de elementos distintivos y comerciales. Al ya tradicional “Hay gorro, bandera y bincha” que pregonan los vendedores ambulantes, inmutables testigos presenciales de estos pasatiempos modernos, se suman una variedad amplia de modelos de camisetas oficiales, globos coloridos y multiformes que se agitan en momentos destacados del ritual, rostros escondidos tras artísticos diseños de banderas faciales, tatuajes alegóricos que se incrustan en la piel y se exhiben orgullosamente, como también elementos sonoros de diversa índole empleados como refuerzo de los tradicionales cánticos que adornan el éter del acontecimiento. Sin embargo aquí tampoco podríamos afirmar un uso social homogéneo en la construcción de una estética para las gradas. Basta con citar los aportes que nos ofrece en este sentido Pablo Alabarces (2004) en su análisis del la cultura del aguante; donde describe la presencia de una estética plebeya (cuerpos gordos, grandotes, con cicatrices) en contrapunto con la estética hegemónica y legitimada desde los medios de comunicación.

Además podemos comprobar también, que los signos característicos de la estética deportiva se incrustan tanto en el paisaje urbano materializados en graffitis, carteles, escudos y banderas pintadas que adornan con múltiples colores las paredes de las ciudades, como en la decoración hogareña de algunos fanáticos que felices de poseer un “tesoro” (camisetas, pantalones, brazaletes, póster, del ídolo o la celebridad23), los encuadran y le asignan un lugar destacado en su morada.

 

3. Antes del pitazo final

Las modalidades deportivas no solo son del gusto de los sujetos por sus características motrices y lúdicas, si no también por lo que ofrecen en términos éticos y estéticos a los procesos de identificación colectiva y distinción social.

El practicante aficionado24 puede que no posea los niveles cinéticos del deportista de alto rendimiento; aunque muy probablemente comulgue los mismos posicionamientos éticos y valoraciones estéticas que el destacado. Incluso el fanático suele expresarse más enfáticamente que el profesional, en las elecciones estéticas y los principios éticos característicos de la práctica que comparten. Hecho que no suele pasar inadvertido a los ávidos empresarios de las industrias culturales y sus estrategias de marketing.

La cultura deportiva y sus dimensiones constitutivas han sido (y son) funcionales a los discursos políticos y pedagógicos disciplinantes y normalizadores; a los intereses económicos de la industria de la comunicación y el espectáculo, de la belleza y de la moda; además a la legitimación y afirmación en el campo de la ciencia de disciplinas como la biomecánica y la fisiología del ejercicio; como también al curriculum y la didáctica de la educación física escolar. El deporte ha sido utilizado en sus comienzos (británicos) para la educación de futuros dirigentes. En su ingreso a las escuelas para la educación del ciudadano “normal” y con el auge del espectáculo y las industrias culturales suele volverse (incluso en la escuela) una formación del consumidor.

 

Notas

 

1 Barbero González, J. I. Introducción. En Brohm, J.M. y otros. Materiales de sociología del deporte. La Piqueta, Madrid. 1993. Pág. 13

2 Ibid., Pág. 11

3 Cierto es también que abundan los ejemplos en los que estos saberes desbordan los marcos específicos de las prácticas siendo utilizados por los sujetos en situaciones sociales diversas. Basta con mencionar aquel que para ejemplificar una idea o una situación recurre al lenguaje y la lógica del fútbol previendo una comprensión más clara en su interlocutor.

4 Además de revelarnos, según Bourdieu las estructuras más profundas del habitus. En este sentido se expresa en Bourdieu, P. Deporte y clase social. En Brohm, J.M. y otros. Materiales de sociología del deporte. La Piqueta, Madrid. 1993. Pág. 74.

5 En su análisis de las hinchadas de los clubes del fútbol argentino, Pablo Alabarces habla de una retórica, una ética y una estética del aguante. Cfr. Alabarces, P. 2006.

6 Cfr. Elías, N. El proceso de Civilización: investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. FCE. México. 1987.

7 Cfr. Elías, N. Dunning, E. El deporte en el proceso de civilización. FCE. México, 1992.

8 En un primer momento debería entenderse este “todos” por “todos aquellos que dispongan del tiempo y las condiciones económicas como para realizar una práctica en forma Amateur”. Cfr. Mandell, R. (1988) Historia cultural del deporte. Barcelona, Bellaterra.

9 De la mano de Hobb, T. primero, pero fundamentalmente por el impulso que Alejandro Watson Hutton le imprimió desde la English Highs Schools primero y la Argentine Associations Football League después.

10 Para profundizar sobre el proceso de popularización del fútbol en argentina y su resignificación cultural recomendamos la lectura de Frydenberg, J (1996; 1997; 1999)

11 Cfr. Archetti, E. Estilo y virtudes masculinas en el Gráfico: la creación del imaginario del fútbol argentino. En revista digital efdeportes.com. Año 4, Nº 16, Octubre. http:// www.efdeportes.com, Bs. As. Acceso 3 de Mayo de 2010

12 Existen excepciones que conservan el estilo inglés o mixturan elementos de ambos. Un ejemplo es el caso del Rugby para el cual recomendamos la lectura de Branz, Juan: “Abordajes sobre la práctica del rugby: significados culturales en torno a la construcción de masculinidad” incluido en este libro.

13 Aquí se usa la palabra deportista en sentido amplio, tanto para denominar a quienes se desempeñan en forma profesional como también aquellos sujetos que transitan niveles de práctica (no oficiales e informales) inferiores al Deporte de Alto Rendimiento, y del mismo modo se incluyen a todos aquellos que consumen deporte como espectáculo en los estadios y/o a través de los medios.

14 En el sentido que Bourdieu hace del término: Jugador, técnico, dirigente, representante, espectador, empresario, etc. Ver Bourdieu, P. Cómo se puede ser deportista. En sociología y cultura. Grijabo, México. 1990.

15 Sobran los ejemplos. Uno de los más famosos fue el del español Michel y el colombiano Valderrama. El 8 de Septiembre de 1991, en el estadio Santiago Bernabeu de Madrid, durante un partido de fútbol de la liga española, a la salida de un tiro de esquina, el jugador colombiano fue sorprendido por el futbolista español quién se le colocó por delante y lo palpó repetidas veces en sus genitales.

16 Cfr Brohm, J M. Tesis sobre el cuerpo. En Materiales de sociología del deporte. La Piqueta, Madrid. 1993. Pág. 42, tesis n° 5.

17 Incluso las formas de festejar las anotaciones son construcciones cada vez más elaboradas y codificadas.

18 Scrum en Rugby; doble y triple bloqueo en Voley; las secuencias de pases cortos y veloces en fútbol denominadas “paredes”, etc.

19 Cfr. Le Breton, D. Pasiones del riesgo y contacto con la naturaleza. En Revista de EF & C, n° 11. FHCE-UNLP. La Plata. 2009.

20 Cabe destacar que en lo que respecta a la indumentaria deportiva las diferencias entre genero son muy poco evidentes; imponiéndose en todo caso un formato unisex con predominio del estilo legitimado como masculino.

21 Adidas, la marca de las tres tiras, junto con Nike y Puma son las empresas de indumentaria deportiva que ostentan un poder hegemónico al menos en las prácticas tradicionales del campo.

22 Las selecciones denominadas “top-ten” y “No top-ten” ya son un lugar común en los programas deportivos.

23 Para profundizar acerca del concepto de celebridad en relación con el ámbito del deporte, Cfr. Cashmore, E. Making Sense of Sports. Routledge, Reino Unido, 2005.

24 Entendemos por aficionado tanto a los sujetos que transitan niveles de práctica inferiores al Deporte de Alto Rendimiento, como también a todos aquellos que consumen deporte como espectáculo en los estadios y/o a través de los medios.

 

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